martes, 13 de agosto de 2019

Hasta que permanecer sea absurdo




1. Los paraísos artificiales son infiernos hiperreales



Fumo. Fumo y sé que me estoy destruyendo. Fumo porque de muchos modos me estoy destruyendo. Fumo cuando me siento bien. Porque sé que no me estoy sintiendo bien. Solamente no me estoy sintiendo mal en el momento. Porque hay música, alcohol, amigos, tú, y luces que se irán cuando menos lo espere. Cuando fumo inhalo expandiendo el presente. Un segundo no simplemente transcurre, es una sensación. Ese presente es una ilusión en mis sentidos; y la siento también por dentro al sentir lo rasposo del humo. Fumar me aterriza en mi cuerpo. Me descubro cerrando los ojos. Me clavo. Pienso “Estoy aquí”. Me veo desde fuera engañándome. Me continúo engañando con placer. De todos modos no fumo tanto, pero antes fumaba menos; antes de conocerte. Tal vez asocié fumar con sentirme bien. Dos cajetillas entre semana y una cajetilla por fiesta, o dos, de cualquier manera no es tanto. También fumo cuando me siento mal, porque me reconozco débil y sin salida. Lloro lágrimas y humo. Fumo sin esperanza. Cuando me desengaño. Cuando te extraño. Fumo siempre. Uno tras otro. Los cigarros que fumo cuando me siento mal duran menos de lo que quisiera porque sentirme mal dura más de lo que quisiera. Fumo porque es difícil seguir, porque necesito un respiro, una pausa. No soy adicto a fumar, soy adicto a la felicidad que se disipa, y soy adicto a la infelicidad que no puedo dejar que se consuma sin entenderla, sin encararla, sin odiarla con fascinación. Fumo porque eres un vicio. No fumo: existo y existe el instante. No es lo mismo llorar por no tenerte, que llorar por no tenerte con un cigarro entre los dedos. Ni una banca de parque es lo mismo. Ni una calle sola y oscura. No sé si quisiera no fumar. Tampoco sé si quisiera no quererte y no creo que pudiera querer eso. No concibo fumar por hábito, mecánicamente. Cuando fumo es porque estoy potenciando lo que siento. Y me sorprendo de mi apego a la destrucción, de mi terquedad, de mis ganas de no despegar la colilla de mis labios hasta que cambia el sabor de mi saliva, el color de mis pulmones y mis dientes. Te pido otro cigarro después de haberte pedido que me dejaras amarte. Me das el cigarro. Me das todos los cigarros que te pido. Tomé tus manos, entrelacé nuestros dedos apestosos a cigarro, te miré a los ojos y te pedí: “Déjame amarte”. Ese día no había dormido, y tú tampoco; ya era la noche siguiente. Yo era los restos de mí, ese cilindro de ceniza que queda de un cigarro olvidado. Despeinado. Ojeroso. Con temblores y ansioso porque te perdía. Pero me perdías tú. Tras consumir muchos cigarros fui a tu casa porque no podía ir a otro lado. “Déjame amarte”, dije. Supliqué. “No me gustas. No me excitas como hombre. El sexo será monótono y no tendrá sentido. ¿Quieres eso? ¿Quieres estar conmigo a pesar de saber que no quiero estar contigo?”. Incrédulo y terco te besé. “¿Ves cómo no siento nada?”, dijiste. Quise fumar otro cigarro. No quería fumar otro cigarro, sólo no quería irme. No podía irme. Nunca quiero fumar otro cigarro. Sólo no puedo irme. ¿Qué hora del after es esta en la que persisto despierto porque estás aquí?
Eres mi hijo drag. Es una puta burla. La hipérbole de la humillación. No podría estar más castrado en tu concepción. Soy tu mamá. Así te has cagado en mí. A un hijo se le da todo. Yo te daré todo también. Si se acaban los cigarros, vamos a la tienda, aquí todavía tengo dinero.
¿Cómo le hacemos si ya lo intentamos todo? Alejarnos. Reencontrarnos. Besarnos sin sentir. Sentir sin besarnos. Lo que sea, menos que dejes de rechazar... Consideras que te alcanza para alguien mejor. Cuánto me tardé en asimilarlo. “Estoy cansado de sentirme insuficiente para ti”, te decía. Qué tercos somos. Por destruirnos fumando. Por destruirme pretendiéndote. Por destruirte huyéndome. Inevitablemente acabamos juntos, aunque no exista una manera conveniente de hacerlo.
Él también fumaba. Lo conocí sin sospechar que lo conocería. Antes de alejarnos dijiste: “Deseo que algún día alguien te ame como me amas a mí y te desee tanto como me deseas”. Chingas a tu madre, hijo. Pero lo conocí. Nunca supo que me parecía irreal que me mirara con ese ardor porque contigo me convencí de que nadie podría sentirlo conmigo. Nunca supo que yo apenas y podía creerlo. Fumaba tanto como tú. Fumaba tanto como yo después de que empecé a fumar tanto como tú. En las primeras horas le conté nuestra historia: “No conociste a un amor imposible, conociste a un amigo para toda la vida”. Amigo no. Hijo. Todos los cigarros que dejé de fumar contigo, los fumé con él. Antes había intentado fumar con otros, pero al pasarnos el cigarro volvía a sentir en los dedos de ellos el contraste de temperaturas. Lo único que descubría era que no estaba fumando contigo. Inhalaba tabaco y exhalaba nostalgia. Sin embargo él tenía una manera única de hacer todo, que no daba lugar a comparación alguna. Me recomendó una película. Pero vimos otra. ¿Y por qué no vemos mejor la que dices? “Porque es una película triste y quiero alejarte de eso”, respondió. Él era otro mundo. Así como tú habías sido todo un mundo, que cuando conocí dudé que pudiera existir algún otro. Desaparecieron mi tristeza, mi extrañarte.
No sé por qué quedamos para comer. Seguías siendo mi hijo. ¿Por qué no vernos otra vez? No te conté nada sobre él porque no me interesaba demostrar que alguien me había reconstruido. Esa tarde fumamos muy rápido. Hablamos sobre sintaxis, sobre cualquier cosa. Tu risa era la misma de siempre; tan entera como antes, tan invulnerable a mí. Pasé toda esa hora asimilando que por primera vez te escuchaba y no me daban ganas de hablar, ni de reír, ni de sonreír, ni de tocarte. Pero seguías siendo un buen tipo y tenerte como amigo habría de estar bien después de todo. ¿Cómo creí que iba a poder volver a fumar contigo y no verme envuelto en lo mismo? Las taquicardias al pensar en ti tardaron muy poco en volver. Él se fue. Tú volviste. Y atravesé un periodo inestable de circunstancias en el que me acompañaste, me cuidaste y me pusiste de nuevo el cigarro en la boca. Fumé. Sin energía para alejarme me recargué en tu hombro y compartimos los cigarros otra vez. No me digas amiga, por favor. Ya puedes decirme amiga, ya no me importa. Qué la verga, ¡no me digas amiga! No puedes ser compañía del Rey Midas sin convertirte en oro cuando te toca. No puedes ser compañía de Medusa sin convertirte en piedra cuando te mira. Debí tener cuidado, pero contigo es imposible. “No podría decirte una característica negativa sobre cómo eres, porque me gusta todo de ti”, te confesé. No puedo sostener el humo, como a ti tampoco. Aún así con él  aprendí que eso no tiene que ver conmigo, ni con mi valor, sino con tu decisión. Sólo esperaba volver a tener fuerza para seguir mi camino como ya alguna vez lo seguí. “Pronto volveré a sentirme bien y será como si esta isla en la que naufragué se hundiera y yo pudiera irme en un barco”. Anhelaba tanto que mi vulnerabilidad terminara y mi energía física regresara para ser capaz de volver a dejarte ir. Fumar es una adicción contra la que no pretendo luchar. No quiero. No puedo. No me interesa. Es parte de mí. Eres parte de mí. “Es mi responsabilidad”, canta la musa. A través de etapas diversas, para siempre, yo sé, tú sabes, lo que somos.




2. Te gusta que te cojan las vestidas, ¿verdad, puto?

-extravío por tu cuerpo-

No sé qué le pasó a mi instinto de sobrevivencia. O si tuve uno. Hedonismo. Mi tiempo es una mezcla de episodios veloces de arrebato a los que pertenezco sin que nada más importe, a los que no sé cómo llegué, seguidos de episodios interminables de contemplación y nostalgia, a los que cada vez siento que pertenezco menos. Cuando más completo me siento es cuando menos conciencia cobro de las circunstancias, cuando menos respuestas busco y me entrego a la fuerza de gravedad. ¿Y si es cuando más incompleto estoy? Tengo los sentidos encendidos, pero mi razón congelada. ¿Dónde está el albedrío que me hace hombre, mi voz, mi palabra, mi voluntad? Para mí las ocasiones de satisfacción no son paréntesis para soportar la vida, son la única vida que me interesa. Si pudiera eliminaría todo lo demás. Como si arrancara las páginas que no me interesan, aunque el libro quedara con apenas unas cuantas hojas. Sexo, catarsis, arte, visiones, ideas, risas, revelaciones. Todo lo demás podría quemarlo.
Nos conocimos en esa dimensión, a la que se accede cuando duermes la conciencia y escapas a la paz ilusoria, donde los nombres de las cosas no tienen importancia, y los de las personas apenas permanecen en la mente. Huyendo del sol, construyendo ficción. Comenzamos a compartir el lento suicidio de nuestros vicios. Odio mi vida. Odio lo que soy. No valoro lo que tengo. Esas fueron las cosas que no te dije esa noche. Y las mismas cosas que tú no dijiste. Porque en esa dimensión todo ello no existe. Nos hicimos picar por la misma tarántula. Pudimos regalarnos lo que se regalan quienes no tienen nada que perder. Eufóricos dimos juntos la cuenta regresiva antes de dejarnos caer en el cráter. Nos bebimos el último remanente de energía antes de conciliar el sueño simultáneamente. Resurrección. O el paso a un nuevo estado de existencia entre el sueño y la muerte. Quise llenar tu vacío con mi vacío, y terminé lleno de tu ausencia. ¿A dónde pudimos haber ido sino a compartir el último de los minutos? Te hice mi vampiro. No me daba cuenta de cómo yo igual había empezado a drenar tu sangre. -¡Me quieres volver loco!-. -¡Tú me quieres volver loco!-. “¿Por qué la manera de demostrar cuánto nos importamos tiene que ser la manera en cómo nos destruimos?”. Alzaste los hombros. No supimos. Hay muchas cosas que prefiero no saber contigo. Representas esa inconsciencia por la que vivo. Uno de esos momentos cúspide que si alguno de ellos fuera lo último de lo que me enterara, lo soñaría todas las noches de mi sueño eterno. Si huyo tanto de la realidad es porque está llena de lo antinatural, del deber ser, estar ahí es ir contra mi instinto, llenarme de secretos, ahogarme en un silencio que no debo alterar. Dentro del espejo te dirigiré miradas desnudas. Vámonos de aquí. 
Siento el calor del sol, esquivo a extraños, miro los colores del mundo y va haciéndome falta regresar al espejismo que habitamos, mentirme. Intento ignorar que esta es la realidad. Qué paz me da lograr engañarme, cuando tras dar vueltas en la cama durante horas puedo suspender al universo, renunciar a su peso. Qué efusión cuando de entre mis vapores craneales un remolino se transforma en un sólido y cobra tu forma. 
“Soñé contigo otra vez. Te vi en una esquina y me subí a tu convertible, me enseñaste muchos paquetes de dinero que debías entregar en distintos puntos de la carretera, fuimos poniendo música y el viento movía tus chinos. En ciertos puntos tocabas el claxon y salían matones, les dabas dinero y se daban la mano. Me dijiste que tu cabeza estaba en juego, y que yo corría peligro por estar contigo. Sonreí.
Tras entregar muchos paquetes de dinero llegamos a la playa. Nos quitamos la ropa y nadamos, luego fuimos tras unas piedras a quemar un poco. Nos besamos. Luego caminamos hacia un museo de madera con escaleras de caracol, a media playa; tenía un mirador. Bajamos y seguimos caminando por la orilla hasta una zona con restaurantes y palmeras. Me preguntaste dónde quería entrar y te dije <<Ahí se ve bien>>. Y ya estábamos viendo el menú cuando desperté”.
Antes de dormir te invoco para viajar en el tiempo, para soñar un recuerdo. Soñar que soy una boca gigante que recorre todo lo que eres simultáneamente, sin la limitante que sentí la última vez, cuando no sabía no podía no lograba elegir entre tus axilas, tu boca, tus pezones, ya sabes. Cuando el aire salía de tu boca con sonidos de incendio, y tus ojos entre cerrados se detenían en los míos. Nunca podré sentir tu cuerpo en el mundo real. Está hecho de estrobo, humo blanco y música. Debo dormir para entonces volver a verlo, tu cuerpo que pertenece al sueño.
Con nuestras mentes alteradas la primera vez tropezamos de frente, nos entregamos al fugitivo de la realidad que reconocimos en el otro. El cuarto en ruinas de una ex fábrica. Suelo mojado. Una cortina de tela rota a través de la cual nos espiaba el amigo que nos presentó. Una mesa sucia sobre la que te inclinaba. “Te gusta que te cojan las vestidas, ¿verdad, puto?”. “Es que sí la tengo bien pero ahorita no se me para”. “Me ayudas a bajar el cierre”. “No importa, me gusta mamarla flácida”. “Cómo te llamas?”. “¡Qué ricas nalgas!”. “¿Cómo te llamas?”. “Yo también soy Aries”. “¿Cómo te llamas?”. “¡Ya te lo dije muchas veces!”. “A pelo no”. “Te quiero chupar el culo”. “Dime tu nombre otra vez y ya no lo voy a olvidar”. Empezamos a escapar juntos.
De todos los sabores que han sido de mi boca. El que más me ha enloquecido, el que probaría un millón de veces, el que recordará mi lengua antes de morir, es el de tu semen. En el ránking seguirían otros: El helado de frambuesa. Aquel pastel de chocolate que comí estando pacheco y se deshacía en mi boca como un flan. Los ostiones con sal de grano. El guacamole con chapulines. El whisky de miel. La malteada de fresa. Siempre he imaginado que para mi suicidio prepararé una malteada de fresa con vainilla, veneno y opiáceos salvajes. Lo sé, sería más emocionante una muerte violenta, pero este cuerpo ha estado enfermo tanto tiempo que quiero poder cerrar los ojos sin dolor, con los recuerdos sensoriales que han quedado atrapados como peces por la red de mis nervios, agitándose con su oscilación original, cargados de nueva luz dorada y roja. Esos sabores, sensaciones, visiones, sonidos, olores, sentimientos y descubrimientos son por lo que vine a existir. Nada vale sino su posesión. Somos museos de fugacidades. Y cada quien tiene en el suyo una sala que lleva el nombre del otro. Me invitaste a tu galería de la inconsciencia. Y en la mía me perdí cuando cuando te vi dentro. Reconocí en ti mis ganas de magnificar el presente, para hacer de un sollozo azul una negra catástrofe inllorable, y de una sonrisa correspondida pirámides resistentes a la infinitud. 
“No cogería contigo porque sé el daño que me haría”. No engaño ni a mi sombra. Nunca actuaré de acuerdo a lógica alguna. Exploto hago explotar mi cuerpo por espacios oscuros para dirigir mi conciencia a regiones de luz. Si no regreso después, es que no quiero que me encuentren. Me he perdido en ese mundo, oyendo tu risa estridente, un día, luego otro, otro mes que sucedió como un trance de hipnosis. Siempre regreso ahí, pero apenas me voy entregando a la cálida paz de la libertad, cuando repentinamente recobro la conciencia mareado, con los fulgores de la media tarde haciendo punzar mi frente, torturado por la sed, solo. En verdad ya estoy a salvo en ese amanecer, pero yo busco en mi saliva el dejo de tu veneno, rasco en mi torso algún resquicio nocivo que dejaran tus axilas, ¿son estas células bajo mis uñas la prueba de que acabamos de cohabitar esa escena? Inhalo fuerte, para conseguir el más leve efecto que me adormile y me arranque de aquí. Quiero ir a donde puedo ser yo, a donde puedo ser contigo. Los fantasmas no poseen un instrumento para construir historias. Parece que uso el mío para ser mi propio asesino. Desde que te conozco, siempre que he cogido con alguien más ha sido en momentos en los que había perdido la esperanza de tener algo contigo. No sé lo que estoy haciendo. No sé lo que estoy haciendo. ¿Por qué es tan difícil habitar la realidad? ¿Por qué es imposible permanecer en la irrealidad? Lléname de cicatrices para poder lamerlas cuando me hagas falta. Abrázame. ¿Qué estoy haciendo?
Estamos atrapados en un bucle que nos lleva a revivirlo todo. Tal vez toda nuestra historia sea: aprender a extrañarte morir extrañándote poder verte hasta que no necesite verte redescubrirte poco a poco ondular hacia nuestra renovada dimensión para ser expulsado al descubrir que jamás será mi lugar tu lugar nuestro lugar y aprender a extrañarte morir extrañándote poder verte hasta que no necesite verte redescubrirte... Te prometo que todas las veces que nos reencontremos, volveré a enamorarme de ti. No podría no suceder. ¿Quién decide vivir dentro de un sueño? Un sueño del que hasta tú me despiertas. Una y otra vez. No podría suceder. Fascinarme un porcentaje. Imposible. Amarte una fracción. Imposible. Circunscribir mis ilusiones a límites prudentes. Imposible. Para mí es imposible tenerte cerca y no querer:
Sentir tu temperatura
Jugar a ser minotauro en el laberinto de tu oreja
Jugar a ser un duende perdido en el bosque de tu pecho
Jugar a ser un snorkel en el coral negro de tus piernas
Pasar los dedos por tus costillas
Rodear tus brazos con mis dedos
Acercar mis ojos a tus ojos hasta sentir tus pestañas monumentales
Poner mis labios sobre tus cejas
Morderte y que digas “¡Au!”
Sujetar tu torso por la espalda
Entrelazar nuestros dedos
Eso otra vez
Y a todas horas eso
Raspar con tu quijada recién rasurada la mía
Sumergirme en tu barba cuando no la has cortado
Jugar con tus pies cuando estás descalzo
Decirte que en nadie existe una belleza como la tuya y oír la risa que te da saberlo
Memorizar en mis labios toda tu extensión de piel
Dormir sobre tu botón de Pánico
Oler tu cabello
Enredar en él mis dedos mientras te hago caer en mi pecho
Intuir tu esqueleto al presionar todos tus músculos
Recorrer en balsa los ríos azules de tus venas
Explorar océanos, cortezas y firmamentos de todo el planeta que eres
Pegar mi oreja a tu joven corazón idiota y memorizar por siempre ese sonido
Añadir el color de tus pezones a la gama de tus tonos piel que registré en mi memoria
Colocar cada sección faltante de esa escala cromática que se llama como tú
Saber qué constelaciones coinciden con tus lunares
Usar tus pupilas como diminutos espejos
Detener cuando yo quiera tu diálogo para pedirte que digas muchas veces mi nombre




3. Cartografía de un planeta que no habitas


El más cercano a ti, loco de tu fuego. Arrebatado en mi límite circular. Sin otra visión que tu luz, que ha sido mi presente sin ser mi realidad, resplandor por el que nada distingo más allá. Soy uno de tantos que giran en torno a ti, y sin buscarlo, giro también alrededor de otro sol más grande que tú, ¿que yo?
Ya no creo ver otra luz ni sentir otro calor. Qué esperanza es esa de poder aterrizar sobre ti sólo hasta que seas una esfera apagada. Sueño una detonación cuya fuerza me coloque lejos. Robar para mi recuerdo el calor que me dio movimiento. y que vi movilizar a toda una galaxia. Seré testimonio de tus potencialidades. Si pudiera ser yo un sol, y ser soles gemelos en una dimensión nueva. Giro enloquecido y ardiendo. Hebullo por ti y soy un infierno.
Tienes la gravedad y no me azotas contra ti. Tienes la magna temperatura y decides no fundirme. Libérame de esta órbita condena, porque tienes más fuerza que yo. ¿En qué momento elegí como mi sol a un sol tan impasible?
Inalterable se me revela nuestra disposición paralela. ¿Seguimos dos líneas juntas? No. Voy en una línea que no consigue terminar en aquel punto. Vicioso de esta línea que desde un día imaginé como una espiral que tendría tu materia como el centro, de esta línea conductora que me arrastra sin voluntad sin llegar. Esta distancia es siempre la misma distancia.
Detona tú o detonaré yo, porque ya no pertenezco a este universo, que es lo único que conozco y que ya no reconozco. Expele sólo una vez la palabra y yo colisionaré sobre ti sin que me vuelva a interesar el caos que pueda provocar. Giro mi locura. ¿Por qué me he posicionado como el más cercano a ti? Cómo puedo moverme tan constantemente sin energía.






No olvides SUSCRIBIRTE! :D