Transformé los arcoíris
en agujeros negros.
Pero es que quisiera tener pupilas
que se dilataran ante auroras boreales
de nueve planetas,
simultáneamente.
¿No fue natural que el frío de Plutón,
como en Mercurio la asfixia,
me colmaran?
¿Debía imprimir en mi casco el nombre de Júpiter,
si ya en el cielo,
como un sol,
me seducía Saturno?
Nueve planetas giran enloquecidos por mi despegue,
pero soy astronauta por siempre.
Yo no les pedí cambiar
su volumen, peso y temperatura,
¿por qué me pedían residencia eterna,
sepultura bajo su superficie?
En el futuro sólo podré explorar otra galaxia,
de esta estoy exiliado.
Recordaré los volcanes de Marte,
y los anillos de aquel gigante,
los sonidos de la Tierra;
merezco morir de nostalgia
y es mi obligación olvidarlo todo,
pues no valoré la feliz estancia.
La culpa está en no abandonar mi cohete.
Todos quedaron deseando
que en el transcurso una explosión me desintegre,
pero yo sólo recuerdo,
de las nueve circunferencias,
los nueve cielos.
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